Rivera había llevado a Charlie en coche hasta el restaurante Cliff House, que daba a Seal Rocks, y lo había obligado a invitarlo a una copa mientras contemplaba a los surfistas de la playa. No era Rivera hombre morboso, pero sabía que, si iba allí las veces suficientes, al final vería a algún surfista atacado por un tiburón blanco. De hecho, confiaba angustiosamente en que ello ocurriera, porque, si no, el mundo no tenía sentido, no había justicia y la vida no era más que un ovillo enredado y caótico. Miles de focas en el agua y las rocas (el principal sostén de la dieta del tiburón blanco), centenares de surfistas en el agua vestidos como focas… En fin, era necesario que aquello ocurriera para que el mundo siguiera en pie.
Un trabajo muy sucio
Christopher Moore
La factoría de ideas